sábado, 29 de septiembre de 2007

nada que ver, pero me gusto

Un cuentito para pensar:
El ingeniero Miguel Losada entró en su oficina en el piso 24 frente al río. Sobre el escritorio la pantalla de cuarzo líquido de 23” de su computadora, le indicaba el programa de actividades del día.

8.30 Desayuno con los gerentes de planta.
9.30 Reunión con los delegados del sindicato.
11.00 Control de la presión arterial con la enfermera de turno.
11.30 Confirmar a su esposa si van a cenar con los Roldán.
11.45 Puede fumar un cigarrillo-
11.50 Repaso de los partes de fábrica con la secretaria.
12.00 Firmas.
12.30 Almuerzo con el Ministro.

15.30 Su nieta Paulita estará en la calesita de Pueyrredón y Melo hasta las 17.

18.00 Puede fumar otro cigarrillo.
18.30 Reunión con el comité de diseño. Ver nuevos modelos.
19.30 Revisar las estadísticas de la producción del mes.
20.00 Avisar al chofer si debe buscar a su esposa.
20.30
21.00

La rutina no era muy distinta a la de otros lunes. Se había levantado de la cama a las 7, su esposa dormía. La mucama lo esperaba en la antecocina con un café y un cigarrillo apagado, en la misma bandeja. Hojeó la portada de un diario mientras tomaba el café, y por encima del periódico miró por el ventanal hacia el jardín. El jardinero sacaba con un largo colador las hojas que habían caído durante la noche, sobre el agua límpida.

El chofer lo llevó por Libertador, sin hablar, hasta Puerto Madero y lo dejó frente a la puerta del ascensor del garaje, en el subsuelo de sus oficinas.
Durante el viaje partió por la mitad y bebió con agua mineral, un comprimido del ansiolítico que le indicó el cardiólogo en la última visita. Le preocupaba la presión arterial.

La mañana transcurrió con las reuniones previstas, discusiones acaloradas, valores del control de presión altos (17-14), el cigarrillo aplastado por la mitad. El llamado a la esposa, el almuerzo con el ministro......

Pero luego, mientras tomaba café en su oficina, algo le hizo mirar la pantalla de las actividades y se detuvo en ....“Paulita estará en la calesita”...

Muchas veces su nuera psicóloga le había pedido a Cristina, su secretaria, que le agendara este dato.

Pero hoy le pasaba algo distinto....quizás las discusiones, los pronósticos del ministro, la sonrisa dulce de su secretaria, cierto dolor en el pecho.....

-Cristina, pídame el auto para las tres en el garaje.-

No recordaba haber estado nunca en una calesita. El chofer lo dejó sobre la avenida Pueyrredón y caminó lentamente hacia el ángulo de la plaza donde estaba ubicada.

Desde afuera del cerco pudo ver a su nieta Paulita sentada en un banco con la niñera, esperando que la calesita terminara su ronda.
Vio los caballitos que subían y bajaban, los avioncitos con hélice movible, los autitos con bocina, los leones con riendas, los parantes de bronce lustrado, todo de colores brillantes. “Bastante bien mantenido por ser del estado”, pensó, “O debe ser una calesita privatizada”. La música era pegadiza y le hizo recordar su juventud. ¿“Esta canción no era de los Beatles..?

Paulita lo descubrió y fue corriendo hacia él gritando:

-¡¡¡ Abu......Mirá Martita, vino Abu!!!.-

El Ing. Losada se agachó y atrapó a su nietita en pleno salto hacia sus brazos. Se besaron muchas veces mientras Losada daba vueltas en redondo.

-Abu, subí conmigo, quiero ir al caballito blanco...

Cuando la calesita empezó lentamente a girar, Losada se bajó, pero su nietita le gritó:

-No, Abu, sentate aquí, al lado mío.

Losada se sentó sobre el fuselaje del avioncito delante del caballo blanco donde estada su nieta y giró con ella, los caballitos que subían y bajaban, los aviones, los autitos y la música pegadiza.

No había muchos chicos, pero todos querían atrapar la sortija que agitaba en una pera de madera el calesitero con cara de bueno.

Losada sintió que se le despertaba el instinto competitivo y le empezó a dar instrucciones a Paulita para que lograra atrapar la sortija. En cada vuelta observaba como movía la mano el calesitero y hacía cálculos para indicarle a su nieta como ganar el premio. Pero otro chico sacó la sortija de la pera de madera antes de que Paulita pasara delante de ella.

Miguel se aflojó la corbata de seda, se desabrochó el primer botón del cuello de la camisa, y cuando la calesita se detuvo le preguntó a la niñera como se hacía para seguir girando mas vueltas. Martita divertida le explicó que se compraban fichas en la casilla, que costaban 75 centavos y que el que sacaba la sortija tenía una vuelta gratis.

Miguel se descubrió enardecido, podría comprar mil fichas, la calesita entera , llevarla a su casa. Su afán de empresario conquistador de mercados lo tentaba , pero la carita de Paulita lo volvió a esa otra realidad, donde su nieta estaba feliz con solo tenerlo a su lado.

La calesita comenzó a girar nuevamente, con lentitud al principio, mientras el calesitero recogía las fichas de las manos de los niños. Miguel se sacó el saco azul, se lo dio a Martita y se subió a la calesita cuando pasó a su lado Paulita, subiendo y bajando en su caballito blanco.

-Abu, pasame al autito...pero quedate al lado mío...

En camisa, con la corbata floja, algo transpirado, se sentó al lado de Paulita y se acordó que de chico en el barrio de Pompeya, donde se crío con sus padres gallegos, a él lo llamaban Bocha.

Le dio instrucciones a Paulita de cómo poner la mano para sacar la sortija. El calesitero divertido no se lo hacía fácil.

Bocha se descubrió tan concentrado en su estrategia para lograr la sortija, como cuando esa mañana discutía la instalación de una nueva máquina en su empresa.

Se rió fuerte con su nieta cuando ésta logró agarrar la sortija, y disfrutó con codicia haber ganado una vuelta gratis. Casi más que con los millones que había ganado esa mañana con el aumento del dólar.

Bocha invitó a Paulita y a Martita con dos helados.

-Pero por favor ingeniero, no le cuente a su nuera, por que no la deja tomar helados en la plaza.

Bocha se río con ternura pensando en como lo retaría su nuera, que le constaba era muy buena madre.

El chofer preocupado ya había dado varias vueltas a la plaza con el auto, pero no se animaba a interrumpir al ingeniero que parecía tan contento. No era el mismo que esa mañana viajaba en el asiento trasero del Audi 4, leyendo las finanzas y tomado ansiolíticos con el ceño fruncido y en silencio.

-Abu, nos vamos...¿vas a venir otra vez? Quiero ganar otras sortijas.....

El calesitero sonreía desde su casilla, Martita estaba feliz y Paulita en sus brazos, se iba quedando dormida y comenzaba a soñar con un rey bueno....

El chofer abría la puerta trasera del auto y era la primera vez que veía al Ingeniero Miguel Losada sin saco, con la corbata floja, transpirado y riéndose a las carcajadas.

-Ingeniero, llamó su secretaria para recordarle de la reunión del comité de diseño.

Bocha lo escuchó sonriente.

- - S, vamos...¿pero sabe una cosa Ramón?...antes preferiría invitarlo a tomar una .
cervecita.

En la reunión del comité de diseño, la secretaria tomaba notas, los arquitectos, ingenieros y técnicos desplegaban planos, pasaban diapositivas, mostraban prototipos y argumentaban con énfasis.

A todos les extrañaba que el Ingeniero Losada, siempre tan polémico y confrontador en esas reuniones, estaba amable, escuchaba con atención, preguntaba y disentía sin descalificar a nadie.

No sabían que esa tarde, en una calesita, el Ingeniero Miguel Losada se había reconciliado con Bocha, el galleguito del barrio de Pompeya.

Cristina, desde ese día marcó especialmente en la agenda de su jefe las horas en que Paulita iba a la calesita. La nuera psicóloga del Ingeniero le empezó a pasar a Cristina horarios de fiestitas del jardín de Paulita, de cumpleaños y actos escolares.

Por expresa orden del Ingeniero Miguel Losada, Ramón siempre estaba con el auto preparado para salir a cada encuentro con Paulita. Para su sorpresa algunas veces, antes de volver a la oficina, Bocha lo invitaba a tomar una cervecita helada en la vereda de algún bar que quedaba de camino.

El cardiólogo del Ingeniero Losada se sorprendió al comprobar que en los meses siguientes la presión arterial de su paciente se mantenía casi invariable en 12-8.
Le suspendió el ansiolítico y el ingeniero dejó el cigarrillo y bajó el consumo de café.

Paulita, dormía bien, comía sin problemas, estaba tranquila y cariñosa y no se perdía nunca una ida a la calesita.

Un lunes poco tiempo después, el Ingeniero Losada llegó al piso 24 de su oficina frente al río. Se acercó a la pantalla de cuarzo líquido de su computadora y puso en su agenda del día, sonriendo con picardía:

8.30 SER FELIZ
9.30 SER FELIZ
10.30 SER FELIZ
11.30 SER FELIZ, QUE NO ES LO MISMO QUE SER EXITOSO.
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15.30 CALESITA. GRACIAS PAULITA.
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Al lado de la pantalla de cuarzo líquido de 23 pulgadas en un portarretratos de madera rústica que compró Cristina, Paulita sonriente, le tiraba un beso.

1 comentarios:

lisi dijo...

¿porqué nos cuesta tanto darnos cuenta de que hay una calesita esperándonos en cada esquina?